La historia de  Esperanza Pertusa es la historia de una mujer hecha a sí misma, al igual que su marido, el fundador de Gioseppo y vicepresidente de la Fundación, Don José Navarro. Sus hijos, y patronos de la Fundación, José Miguel, Germán, Jorge y Esperanza, aseguran que sin ella “Gioseppo no sería posible”.

Una gran sonrisa ilumina el rostro de una mujer que se define como autodidacta y luchadora. “Sin luchar se consiguen pocas cosas en la vida”. Su gran pasión es su familia. “Reconozco que soy el gran pilar de mi familia y de la empresa. Y he tenido muchos proyectos en mi vida por mi mentalidad inquieta”, asegura. Desde hace 7 años se propuso conseguir su gran sueño, la Fundación Esperanza Pertusa, cuya creación responde uno de sus mantras: crear, trabajar y dar.

Esperanza y José“Siempre he sentido un fuerte impulso para emprender. Y sabía que mi marido tenía mucho talento para poder crear juntos una empresa. Así que estuve tres años recordándole todos los días que teníamos que montar nuestra propia empresa. Decían que estaba loca”, recuerda riendo. Y así fue. Sin más apoyo que su olfato para los negocios y el impulso creativo de su hijo José Miguel, recién licenciado, la familia Navarro-Pertusa creó Gioseppo, diminutivo con el que llamaban cariñosamente a su hijo mayor.

“Empezamos vendiendo peluchitos, alpargatas de Caravaca y sandalias de playa. Fueron tiempos muy difíciles para una familia de clase media como la nuestra y tuvimos que hacer muchos sacrificios durante los primeros diez años. Recuerdo que el primer y segundo viaje al Salón Internacional del calzado de Garda ¡no vendimos nada! Íbamos a cualquier lugar del mundo con nuestra mochila. Y en la India, y otros países, encontramos nuestro mercado. Se incorporaron Germán, Esperanza y Jorge y fuimos ampliando nuestra oferta y creciendo”, relata Esperanza.

Los libros y los viajes le han labrado una mentalidad abierta y una gran humanidad capaz de ponerse en la zapatos de aquellos que han gozado de menos oportunidades. “Yo creo que la solidaridad viene con la genética. A mi me hace feliz poder contribuir de alguna manera a este mundo. Envidio mucho por ejemplo a Bill Gates, pero no por la gran empresa que ha creado sino por lo mucho que puede ayudar a través de su fundación”, asegura.

Para Esperanza “vivimos en un mundo muy desigual, donde los valores fundamentales se están perdiendo y diariamente millones de personas sufren hambre y privación de sus necesidades más básicas mientras en la sociedad occidental despilfarramos. Quiero que la Fundación pueda aportar un granito de arena para que mis nietos tengan un mundo mejor”.

“Yo no soy más que nadie. Sólo he tenido más oportunidades. Y he tratado de inculcarle a mis hijos lo que considero más importante: hay que cultivar el ser no el tener”, asegura.